La naranja enredada

En 1971 el director estadounidense Stanley Kubrick dirigió La Naranja Mecánica, considerada como una de las películas icónicas de la cinematografía del siglo XX. Basada en una novela de Anthony Burgess, la película es una mezcla de ciencia ficción, sátira y drama. Algo de eso estimo que deben de haber experimentado también los aficionados al fútbol que vieron en los años ’70 del siglo pasado a la otra naranja mecánica.

Johan Cruyff fue el gran abanderado de la selección holandesa que revolucionó al fútbol en los mundiales de 1974 en Alemania y 1978 en Argentina. Fue finalista en ambos certámenes que terminó perdiendo frente a los combinados locatarios. No obstante, su mística perdura hasta el día de hoy puesto que la semilla allí plantada hoy está floreciente en múltiples sitios. Esa selección holandesa inventó lo que se llamó el fútbol total y nuestra selección uruguaya en Alemania ’74 también lo supo sufrir:

 

Aquella selección holandesa inventó la presión alta o pressing, con todo el equipo atacando y defendiendo al mismo tiempo. También revolucionó el patrón de juego existente hasta ese momento, porque fue pionera al no tener un 9 (centrodelantero) puro, o porque intercambiaba las posiciones dentro del campo sin importar si uno era delantero o defensa.

La clave de este equipo que se adelantó a su tiempo, o que simplemente creó el futuro, era la preparación física aplicada a una idea futbolística.

Se trató del juego colectivo llevado a su máxima expresión: posesión del balón, presión alta, toques, pases y triangulaciones hasta llegar al área rival, así como una característiccruyf y guardiola.jpga única: todos jugaban de todo. No había claros defensores, volantes ni delanteros. Según la ocasión y contexto, los jugadores podían ocupar todas las posiciones en el campo.

Cruyff llevó su impronta al Barcelona, primero como jugador y más tarde como entrenador. En la ciudad condal desarrolló, como un gran jardinero, la idea de La Masía, la escuela de futbolistas o divisiones juveniles del club, de la que han salido futbolistas contemporáneos famosos como Messi, Iniesta y Xavi, entre otros. También de La Masía surgió, antes que los mencionados, el hoy entrenador del Manchester City, Pep Guardiola, quien se forjó como futbolista bajo las órdenes de Cruyff.

Como entrenador al frente del Barcelona, Guardiola llevó probablemente a lo más alto el concepto de juego de equipo en el fútbol, por supuesto de la mano del que tal vez sea el mejor futbolista de la historia: Leonel Messi. Entre 2008 y 2012 ese Barcelona ganó 14 títulos sobre 19 posibles: dos Champions League, tres Ligas españolas, dos Copas del Rey, dos Mundiales de Clubes, dos Supercopas de Europa y tres Supercopas de España.

Los jardineros Cruyff y Guardiola, junto a La Masía, ese semillero que no tiene pinta de agotarse, no sólo crearon el futuro sino que pusieron fin a la burocracia a nivel futbolístico. La selección holandesa de los ’70 así como el Barcelona de Guardiola de hace unos años son al fútbol lo que la red, la colaboración y un propósito claro a una organización actual.

Cruyff y Guardiola, cada uno a su tiempo durante los últimos 40 años, han puesto fin en el fútbol al orden, a las posiciones clásicas y a los ángulos rectos y simétricos (reconfortantes) de la jerarquía.

red y pirámide

El dilema creciente en el mundo actual es querer combatir con orden, posiciones y líneas de comando y control a actores que se mueven en un contexto de vértigo, volatilidad e incertidumbre. En el mundo calesita tenía sentido crear y hacer más eficiente al modelo burocrático. En el mundo rock & samba ello no tiene sentido porque las personas viven en un mundo de redes e información.

Muchos vínculos en el mundo fuera de las organizaciones son erráticos y varían en longitud, dirección y a veces de lógica. La pregunta entonces es cómo afrontar este desafío y la respuesta está en rediseñarse y transformarse en dirección a una organización que se pueda mover y adaptarse, por lo menos con la misma rapidez con que lo hace el entorno circundante.

Hoy la consistencia organizacional radica en la creación de una consciencia compartida y un propósito común: por qué y para qué hacemos las cosas. Hoy como nunca antes definir el norte es crucial y hacerse de una brújula un asunto de supervivencia.

Al igual que la temperatura corporal, en constante regulación entre los 36 y 37 grados, a una organización se le puede ir la vida si no acepta e internaliza que en el entorno actual no existe una línea de meta o estado final organizativo. Las organizaciones, sean estas con o sin fines de lucro, tienen que ser alérgicas a la complacencia, hacer de la comunicación constante y transparente una religión, además de hacer de la reflexión-acción prácticas permanentes.

Quizás el secreto de la selección holandesa de los ’70, así como del Barcelona de Cruyff primero y de Guardiola después, sea la integración de un mantra sagrado en su cultura: si queremos ganar, necesitamos convertirnos en una red.

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