CTI, presión alta y Muslera

En el fútbol se habla de muchas cosas: juego de equipo, talento, sacrificio, así como de rotación, posesión del balón y presión alta. Este último concepto hace referencia al trabajo que llevan a cabo los delanteros y en menor medida los mediocampistas de un equipo sobre la defensa del equipo rival, con el propósito de evitar que salgan jugando cómodamente y en el mejor de los casos robarles la pelota y anotar un gol.

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El miércoles pasado (17 de octubre) asistí a las VI Jornadas del Personal del Sistema Nacional Integrado de Salud (SNIS), que se desarrollaron en el Centro de Estudios del  BPS. Luego de la apertura, a cargo del Ministro de Salud Jorge Basso, realizó su presentación el Dr. Hernán Sepúlveda, asesor Subregional de RRHH de OPS/OMS, de quien rescaté una idea que me gustó para pensar cómo están estructurados y organizados los sistemas de atención sanitaria en muchos de los países del continente americano.

Más más, más menos, Sepúlveda utilizó la metáfora de un equipo de fútbol para comparar cómo se posicionan los sistemas sanitarios a la hora de hacer frente al desafío de mejorar el valor para los pacientes, objetivo primordial de cualquier sistema que ponga en el centro de sus decisiones a aquel a quien debe atender y servir. Ejemplificó con la selección uruguaya su idea, considerando que un sistema sanitario eficiente es aquel que presiona alto al equipo rival, siendo el equipo rival el paciente y la selección nacional el sistema sanitario con todos sus profesionales.

En otras palabras, un sistema sanitario eficiente es aquel que ha logrado organizarse de modo tal que pone como norte de su brújula al usuario, al paciente. Es aquella organización que logra iniciar un proceso de transformación que la llevará de oruga a mariposa, de médico-céntrica a paciente-céntrica.

Estamos acostumbrados (al menos esa es mi percepción) a considerar que una gran institución sanitaria es aquella que está desbordada de tecnología y alta especialización, entre otras cosas, con tomógrafo, resonador magnético, muchas camas de CTI y unidades de cirugía altamente especializadas. Mi hipótesis es que muchas personas en modo zombie (muerto y aún no sepultado) van perdiendo el equilibrio lenta y silenciosamente hasta caer en la banquina.

La pregunta que surge es dónde estaba la institución sanitaria que no hizo presión alta para evitar que el cuadro contrario avanzara sobre el terreno de juego y terminara llegando al arco de Muslera.

El cuento corto de todo esto es el siguiente: en atención sanitaria, presión alta se llama atención primaria, profesionales organizados en equipos multidisciplinarios, generalmente ubicados en el terreno (barrio, comunidad), con una visión humana, integral y holística del ser humano. Por la negativa, profesionales lejos de una visión reduccionista y segmentada del ser humano.

En el entorno que vivimos hoy, una organización que hace la diferencia es aquella que se pone cerca de su cliente, que se organiza en torno a sus necesidades, intereses y expectativas. En salud el cliente se llama paciente y usuario. Una organización proactiva, que surfea la ola y no se deja revolcar en su rompiente, es aquella que hace presión alta, que va al encuentro de su socio y cliente, sin esperar a que pierda el equilibrio y se caiga en la banquina.

Afirmaba Peter Drucker, el gurú del management, que la cultura se desayuna a la estrategia, en el entendido de que la personalidad de una organización es determinante a la hora de ejecutar una estrategia. Esto quiere decir que para que una institución accione proactivamente y sea constructora del futuro que desea habitar tiene, como primer paso, que desarrollar las aptitudes y actitudes (saber / saber-hacer / quere-hacer) necesarias. No hay estrategia efectiva sin una cultura (personalidad) organizacional que le de consistencia a las acciones.

Aunque la mona se vista de seda, mona queda… ser y parecer… envase y contenido… de afuera hacia adentro. Son todas frases que denotan la relevancia de que el cambio nazca desde dentro de la organización y en aproximaciones sucesivas, en un bucle permanente de reflexión y acción, vaya transformando la realidad, cambiando uno y cambiando el mundo.

Me animaría a decir que la clave de todo esto es cómo mantener al paciente lejos del hospital/sanatorio, cómo hace la institución para hacer presión alta con sus Suárez, Cavani y Bentancur, cómo ordena el tránsito en caso que la pelota se filtre y vaya camino al arco de Muslera y sobre todo cuándo va a comenzar a actuar como un organismo vivo en lugar de como una máquina.

El mundo industrial agoniza y la era del conocimiento toma cada vez más vigor. La calesita se detiene y el rock & samba hace buen rato que se está moviendo. Florencio Sánchez escribió su obra teatral M’hijo el dotor en 1903, en la que reflejó el choque de culturas entre el campo y la ciudad. Hoy, 115 años después, el desafío que atraviesa a cualquier sistema abierto (personas, familias, comunidades y organizaciones en general) es cómo construir más y mejor ciudadanía. En el ámbito de la salud ese desafío, creo yo, está pasando por ciudadanos (pacientes y usuarios) informados, capaces de entender sus obligaciones, hacer vales sus derechos y sobre todo con la convicción y determinación de querer transformar aquello que puede y debe funcionar mejor.

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