En 2018, el mundial de fútbol en Rusia nos dejó múltiples recuerdos, desde la ilusión de que nuestra selección uruguaya avanzara un poco más en el torneo, pasando por el aceitado juego de equipo de los franceses, los croatas dejando todo en cada partido, hasta el espectáculo de los estadios y también apreciar como el mejor jugador de la última década pasaba sin pena ni gloria con su selección.
En materia futbolística, las nuevas generaciones de uruguayos, los que hoy tienen entre 5 y 20 años aproximadamente, podríamos aseverar que están mal acostumbradas, sobre todo en comparación con los que tuvimos que seguir a la selección nacional entre mediados de los ’90 del siglo pasado y casi toda la primera década de este siglo. La conducción del maestro Tabárez se extiende hace unos once años y desde entonces ha consolidado un modelo y estilo de conducción y liderazgo. Salvando las distancias, se asemeja a la experiencia del combinado alemán dirigido desde hace también más de una década por Joachim Low. A una y otra selección no le faltan logros y así también algún sinsabor.
Tabárez ha impuesto un modo de hacer las cosas, ha fijado un rumbo, establecido normas de comportamiento y un funcionamiento que privilegia el trabajo de equipo del que se desprende el brillo de las individualidades, que una vez será Suárez, otra Cavani y en otro momento Godín, Torreira o algún otro jugador. Una pirámide, donde sólo uno brilla en el vértice de forma permanente, no es el modelo Tabárez. Su modelo organizacional se parece mucho más a un organismo vivo, donde brillar es un asunto contextual, dependiendo de las circunstancias (del juego).
El mundial de Rusia, más allá del resultado y la eliminación futbolística a manos de quien terminara consagrándose campeón del torneo, consolidó al técnico de la selección en una suerte de altar al que sólo acceden los sabios, producto del camino recorrido y de los resultados cosechados. Tabárez puso el acento en la persona y no sólo en el deportista, al tiempo de extender su filosofía deportiva a las categorías juveniles, sabiendo que de ese semillero surgirán figuras con las que seguir compitiendo al mejor nivel.
Esta valoración del técnico celeste también quedó en evidencia a la luz de lo que, por una parte, sucediera con la selección española y por otra con la selección argentina. El caso español asombró por el anuncio que hizo, un día antes del inicio del torneo, el presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), destituyendo a Julen Lopetegui como técnico de la selección. Una generación maravillosa de futbolistas, que conquistó el mundial de 2010 en Sudáfrica, terminó perdiendo por penales ante una selección rusa que puso más ganas que fútbol y dejó en evidencia, a mi juicio, una falta de determinación y convencimiento de que el partido podía ser ganado. Ese partido ante el anfitrión mostró a una selección española parecida al Barcelona de Guardiola, tocando y tocando, pero sin balas para ejecutar, léase meter un gol y ganar el partido. Mucho ruido y pocas nueces. En este sentido, no es descabellado pensar que en algo debe de haber influido la destitución del entrenador que al mismo tiempo que dirigía en Rusia había arreglado su continuidad como técnico, luego del mundial, en el prestigioso Real Madrid. ¿Lopetegui tenía el cuerpo en Rusia y el espíritu en Madrid?
«Yo no planifico nada. Todo surge en mi cabeza cuando tiene que surgir. Brota naturalmente en el momento oportuno. Odio la planificación. Si planifico, me pongo en el lugar de un oficinista. Soy el de Alumni del 91. El fútbol no se estudia; se siente y se vive. Parto desde ahí. Yo soy de la calle; negar eso es imposible. Es raro que me hayan puesto la etiqueta de planificador. No sé a qué obedece» – Jorge Sampaoli –
El párrafo de arriba, del libro Mis Latidos del hoy ex técnico de la selección argentina, es una perla a la que se le puede sumar un episodio a fines de 2017, cuando en la ciudad de Casilda (provincia de Santa Fe / Argentina) el entrenador le dice lo siguiente a uno de los inspectores que formaban parte de un control en la vía pública: «Me hacés caminar dos cuadras, boludo. Cobrás 100 pesos por mes, gil».
Adulto se busca. Uno de los tatuajes de Sampaoli tiene una frase del grupo musical Callejeros que dice: «no escucho y sigo, porque mucho de lo que está prohibido me hace feliz». Tatuado como los jóvenes futbolistas a quien dirige, glorificando el no escuchar, menospreciando a una persona por lo que percibe económicamente por su trabajo y desvalorizando el estudio y la planificación, esas son las expresiones públicas conocidas de quien hasta hace poco tiempo estaba al frente de la selección argentina de fútbol.
Todos juntos, estos hechos reúnen un pequeño manual de lo que no tiene que hacer alguien que está a cargo de alcanzar resultados con un grupo de personas en un contexto o situación determinada. Liderar conjuga con influir, con hacer mejores personas a aquellos con quienes toca compartir el camino, sean estos futbolistas, alumnos, colaboradores o hijos. Sampaoli, al frente de la selección argentina de fútbol, no lo logró
«Estoy convencido de que gestionar personas es el mejor trabajo del mundo. Un gestor tiene en sus manos la oportunidad de cambiar más vidas que un cirujano. Es obvio que estoy exagerando, pero la verdadera tarea de un gestor, y también de un líder, es ayudar a las personas a crecer y prepararse para el futuro. El recuerdo más intenso que se tiene al final de la trayectoria profesional es el de las personas a las que se ha ayudado, de la misma manera que esas personas recordarán a la persona que las ha ayudado» – Tom Peters –
Orden o desorden, orden o caos, he aquí una disyuntiva que se comienza a hacer sentir cada vez más en este inquieto y convulsionado siglo XXI. El equilibrio en el rock & samba está condicionado fuertemente por la coherencia (pensamiento – palabras y actos) de aquellos que están, estamos, fijando el rumbo de una organización, llámese esta familia, empresa o país.
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